La paquistaní Malala Yousafzai y el activista indio Kailash Satyarthi fueron galardonados el pasado viernes con el Nobel de la Paz 2014 “por su lucha contra la opresión de los niños y los jóvenes y por el derecho de todos los niños a la educación“, según anunció el Comité Nobel Noruego, que con este galardón parece haber querido preservar un equilibrio geopolítico y abrazar a India y Pakistán, dos potencias nucleares enfrentadas desde hace décadas por la región de Cachemira.
“Los niños deben ir a la escuela y no ser explotados financieramente”, defendió el Comité Nobel, subrayando que “en los países pobres, el 60% de la población actual tiene menos de 25 años”. Según explicó al realizar el anuncio el pasado viernes el presidente del Comité Nobel Noruego, Thorbjon Jagland, se ha considerado “un punto importante que un hindú y una musulmana, un indio y una paquistaní, se unan en la lucha común por la educación y contra el extremismo”. Tras resaltar que gracias a la lucha también de otras personas e instituciones – hay 78 millones menos de niños que trabajan en el mundo que en el año 2000, aunque todavía hay 168 millones – el Comité Nobel Noruego incidió en que “la lucha contra la opresión y por los derechos de los niños y adolescentes contribuye a la realización de la ‘fraternidad entre naciones’ que Alfred Nobel menciona en su testamento como uno de los criterios para el Nobel de la Paz”.
Kailash Satyarthi
Kailash Satyarthi (Madhya Pradesh, India, 1954) tenía un buen trabajo como ingeniero electricista, pero decidió dejarlo en 1980 para dedicarse a ayudar a los niños víctimas de la explotación laboral. Su ONG, Bachpan Bachao Andolan (BBA), que significa Movimiento por la Salvación de la Infancia en hindi, asegura que ha cambiado la vida de unos 80.000 menores.
Satyarthi, que se considera un seguidor de la filosofía de Mahatma Gandhi, dice que los niños son explotados por ser la fuerza de trabajo más barata y porque son los más vulnerables física y mentalmente. Satyarthi y su organización son reconocidos entre los activistas por informar a la policía sobre la ubicación de zulos y llevarlos hasta el lugar para hacer las redadas para liberar a los niños.
Satyarthi fue pionero también en la idea de etiquetar las productos como “libres de explotación infantil” con el esquema llamado RugMark, que es reconocido internacionalmente. Otro de los programas insignias de este activista son las “aldeas amigables con los niños”, que trabaja en las zonas rurales de donde provienen los menores migrantes por trabajo o que han sido víctimas de tráfico de menores. Además, Satyarthi trabaja para erradicar “la esclavitud moderna”, dice que en India hay millones de niños obligados a trabajar en condiciones terribles y que muchos han sido vendidos para pagar las deudas de sus padres. Dice que en India esta situación prevalece por un cóctel de factores, entre ellos la pobreza, la falta de educación y de conocimiento de los derechos, pero sobre todo por el sistema de castas, ya que la gran mayoría de los niños proceden de las castas bajas.
Malala Yousafzai
En cuanto a Malala, “pese a su juventud”, lleva años luchando “por el derecho de las niñas a la educación y ha mostrado con su ejemplo que los niños y los jóvenes también pueden contribuir a mejorar sus propias situaciones”. Además, el Comité Nobel resaltó que “lo ha hecho bajo las más peligrosas circunstancias”. “Mediante su lucha heroica se ha convertido en una destacada portavoz de los derechos de las niñas a la educación“, ha añadido.
En octubre de 2012 los talibanes le metieron una bala en la cabeza pero no lograron callarla. Malala Yousafzai defendía la escolarización de las mujeres en su país, Pakistán, y sigue alzando la voz en favor del derecho de todos los niños (y sobre todo niñas) a la educación. Convertida a sus 17 años en la galardonada más joven de los Nobel, Malala comenzó su batalla contra la represión de los talibanes a los 11 años, cuando en un blog de la BBC en urdu iba relatando paso a paso cómo los integristas insultaban a las niñas que iban a la escuela y las amenazaban con acabar en el infierno.
La joven, que vive en Birmingham (Inglaterra), recuerda en su libro de memorias (Malala. Mi historia, Alianza), cómo empezó todo. “Hace mucho tiempo casi me mataron, simplemente por defender mi derecho a ir a la escuela. Era un día como muchos otros. Yo tenía 15 años, estaba en noveno curso y la noche anterior me había quedado demasiado tiempo levantada estudiando para un examen”. Los talibanes le dispararon en el autobús en el que se dirigía a su casa. Desde entonces se ha convertido en un símbolo mundial demostrando que los terroristas temen más a una niña con un libro que a un ejército.