“Los voluntarios reciben infinitamente más de lo que puedan aportar, no se puede comparar”

Entrevista a David y Pilar, voluntarios

En un viaje en coche compartido entre Santander y Madrid. Así es como Pilar Merino y David Rodríguez oyeron hablar de Semilla para el Cambio. Después de haber realizado un primer voluntariado de 6 meses hace tres años, esta pareja de viajeros acaba de cumplir con la promesa que en su día hicieron a los niños y niñas de la ONG: “volveremos”. En esta entrevista nos cuentan cómo entienden el voluntariado y cómo han evolucionado los proyectos de Semilla en los últimos años.

Emocionados al echar la vista atrás y verse de nuevo en las aulas del centro de Semilla para el Cambio en el barrio de Sigra, Pilar y David coinciden en afirmar que “los voluntarios reciben infinitamente más de lo que puedan aportar, no se puede comparar”. Después de su primera experiencia de voluntariado internacional con Semilla para el Cambio, entre diciembre de 2015 y mayo de 2016, Pilar y David han pasado las últimas tres semanas en Varanasi. Preguntados sobre cómo entienden que debería ser el rol de los voluntarios sobre el terreno, Pilar entiende que son “como una ventana a través de la cual los niños pueden ver el mundo”. En una misma línea se pronuncia David, para quien los voluntarios son una suerte de “espejo en el que los beneficiarios pueden verse reflejados en el futuro”.

Salud y educación, las dos semillas de Pilar y David  

La aportación de Pilar Merino, enfermera procedente de Madrid, se ha centrado en los Proyectos de Apoyo Sanitario, Promoción de Salud y Nutrición. Desde llevar un seguimiento exhaustivo de las mujeres embarazadas, pasando porque todos los niños tengan su certificado de nacimiento y que sean vacunados cuando les corresponde. “Tenemos que empoderar a estas mujeres para que tomen las riendas de su propia salud, especialmente en materia de planificación familiar”, alerta. “La economía familiar puede irse al garete por un hijo más o un hijo menos”, interviene David, de ahí la importancia de que las familias cuenten con las herramientas para decidir “cuántos hijos quieren traer al mundo y en qué momento”.

“En el área de salud se han consolidado los proyectos que se iniciaron en su momento y algunas buenas prácticas ya se han convertido en hábitos, por ejemplo, que los niños se laven las manos antes de comer y que se cepillen los dientes al terminar”, constata Pilar. Durante las últimas tres semanas se ha centrado en formar a Annu Pandey, la nueva supervisora del Proyecto de Promoción de Salud en Sigra, y en controlar la calidad de los tratamientos y el tipo de seguimiento que se está realizando a las familias beneficiarias de Semilla.

En el área de coordinación académica, David ha confirmado en este segundo viaje que “el proyecto ya es autosuficiente y que la función de los voluntarios ha pasado a un segundo plano”. Originario de Donostia y licenciado en Bellas Artes, para David “el área de educación de la ONG ha subido dos peldaños en los últimos tres años y eso es algo maravilloso”. Aún así, recuerda que hay que introducir mejoras tecnológicas en el centro, como por ejemplo contar con más ordenadores portátiles e impartir talleres prácticos más enfocados en el uso de las nuevas tecnologías.

De cara al futuro, David recomienda “empezar a mirar con atención a las nuevas hornadas de niños que están en los cursos inferiores” porque hay algunos estudiantes que ya han expresado que les gustaría ser ingenieros, médicos o profesores. “Además, no tiene pinta de ser un sueño infantil, hay algunos niños que son unos verdaderos cracks”, constata. En esta línea, recomienda que se empiecen a valorar diferentes alternativas para facilitar la inserción de los estudiantes en el mercado de trabajo, ya sea mediante formaciones profesionales o accediendo a la universidad. Tal y como apunta Pilar, “los niños y niñas de Semilla que salgan de la universidad serán un ejemplo de superación para sus comunidades y podrán sacar adelante a los suyos sin la ayuda de nadie”.

Dos historias de superación y un aniversario

Pese a la dificultad de quedarse con una única historia que compendie todos los momentos vividos a lo largo de seis meses, Pilar y David hacen memoria y nos regalan dos anécdotas en las que cobra sentido la razón de ser de Semilla para el Cambio. El primer día de clase de la pequeña Shabana es la experiencia con la que se queda Pilar. “Por aquel entonces tendría unos tres años, recuerdo que llegó descalza y con muy poquita ropa. Al empezar la clase la profesora repartió algunos juegos entre los niños y empezaron a cantar. Fue entonces cuando Shabana se plantó y le dijo que no, que ella no había venido a la ONG a cantar y jugar. Yo he venido a estudiar, le dijo a la profesora”.

David, por su parte, recuerda con especial cariño la historia de Sakina, una niña de 5º curso que estaba bastante desmotivada y que un día dejó de asistir a la escuela. “Esa misma tarde fui a la colonia para hablar con ella y me dijo que los estudios eran una pérdida de tiempo. Yo le dije que nadie le iba a obligar a ir a la escuela, que ya era mayor y libre para decidir por sí misma, aunque solo le pedí es que al día siguiente fuese a la ONG porque era mi cumpleaños y me gustaría que estuviesen todos los niños con los que había tenido una relación más cercana. Ella me dijo que sí y, al despedirme, cuando ya había recorrido unos metros, me volví a girar y le dije: “Sakina, ¿sabes por qué hemos estado hablando?” “¿Por qué?”, me preguntó. “Porque has aprendido inglés en el cole”, le respondí. En aquel momento le cambió la cara. Después de aquella conversación, Sakina siguió un año más en la ONG.

En 2019 Semilla para el Cambio cumple 10 años. Un aniversario que David lo compara con “un árbol sano que está creciendo y que va a cubrir a muchísima más gente”. Pilar y David se muestran convencidos de que no hay dos sin tres. “En Varanasi hay personas que no encontraríamos en el paraíso más bonito del mundo. No entendemos nuestra vida sin toda esta gente, los queremos un montón”.

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